9 de febrero de 2006

Son las cinco de la mañana y estoy en el aeropuerto. Como se podrán imaginar este es un destino que suelo visitar más o menos seguido, el horrible Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (que no se llama Benito Juárez aunque a veces así le dicen). Es un lugar gigantesco y caótico a pesar de que ya no da para más (vaya es tan surrealista que hasta programa de tv propio tiene, creo que en Discovery Chanel). Tiene dos pistas, pero no se pueden usar simultáneamente porque están muy cerca una de otra; además una suele estar en mantenimiento, de modo que los retrasos aquí son memorables, puedes pasar más de media hora esperando que a tu avioncito le llegue la hora de despegar.

Pero tiene espacios increibles como la Terminal 2. Es como un brinco al pasado o como un pequeño aeropuerto de una ciudad mediana. De esta terminal (porque aquí estoy, en la terminal dos) sólo abordas Aeromar (sí, esos avioncitos turbohelice que te hacen pensar que estás en una ruta Mombasa-Nairobi). Para los que no conocen esta miniterminal dentro de la terminal, está del lado de atrás, junto al hangar presidencial. Tiene una salita de espera, una cafetería simpática y un mostradorcito... y ya. A la terminal principal tienes que llegar dos horas antes para un vuelo nacional porque de lo contrario corres el riesgo de perder tu avión; aquí es absurdo llegar antes de una hora, no tiene sentido, tal cual si estuvieras en Morelia o Aguascalientes o en algún aeropuerto pequeño.

¿Se nota que estoy aburrido y me espera todavía un rato aquí? Mejor nos vemos mañana.

Adiós

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