8 de julio de 2005

Londres

Si algo no se le puede regatear a Al Qaeda es su sentido de la oportunidad mediática. Supongo que para este ataque terrorista tenía tres planes alternativos, uno en Madrid, otro en París y el que al final realizó, en Londres. Dependía claro de cual de las tres ciudades obtuviera la sede de los juegos olímpicos de 2012. Fue igual de oportuno que el ataque en Madrid en la estación de Atocha, unos días antes de las elecciones.

Ahora al tema, por supuesto que nada (y me refiero a nada en absoluto) puede justificar el terrorismo; es uno de los medios más absurdos y crueles que existen para reivíndicar una causa. Tampoco soy fan de Al Qaeda, porque el totalitarismo religioso (y para el caso cualquier totalitarismo) me genera salpullido. Pero aquí viene la pregunta incómoda, cuántos festejaron el incidente de ayer. En el mundo árabe y fuera de él. Cuántos pensaron (aunque no se atrevan a decirlo) "ellos se lo buscaron". Por supuesto no el pobre tipo que iba en el tren y que de pronto se murió sin entender por qué. Se lo buscaron los aparatos del gobierno estadunidense, inglés, español en su tiempo, y muy probablemente pronto los italianos y otros tantos.

Porque estamos inmersos en un doble espiral del absurdo, por un lado el terrorismo contestatario de Al Qaeda, ETA, IRA y los acrónimos que recuerden, y por otro lado el terrorismo de Estado de Bush Jr., Blair, Aznar y ahora Zapatero, Putin y una lista interminable. Pregunto ¿acaso es más condenable poner una bomba en el centro de Jakarta o Londres que bombardear zonas residenciales en Bagdad o asesinar una concentración de afghanos que en realidad celebraban una boda?

Ahora que observamos a los líderes de las naciones más poderosas del mundo rasgarse las vestiduras pensemos un poco si en realidad son tan diferentes. Yo francamente no sé si es más culpable Bush o Bin Laden (a quien por cierto en su momento el aparato estadunidense apapachó y pertrechó). De cualquier manera los ciudadanos de a pie somos los que acabamos pagando las consecuencias.

Adiós

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