11 de marzo de 2005

Sorpresas

Resulta que yo vivo en cierta colonia clasemediera de Ciudad de México, en un edificio viejo y sin estacionamiento. Esta colonia tiene la peculiaridad de contar con uno de los más altos índices de robo de auto sin violencia de toda la ciudad, por lo tanto no puedo dejar el carrito en la calle. El vehículo duerme en una pensión que está a dos cuadras de mi casa (excepto cuando llego tarde o en algun tipo de condición inconveniente; en ese caso sólo le doy la bendición, que dado mi nivel de ateismo pues no ha de ser muy efectiva, verdad).

Tanto preámbulo viene al caso porque entonces todas las noches cuando llego a casa tengo que caminar dos cuadras por una de las avenidas más equis de esta ciudad. Normalmente es una pérdida de tiempo absoluta, a menos que tenga que pasar al Oxxo (por cigarros, chelas o papitas, que para eso sirven los oxxos), que queda de camino. Pero el día de ayer fue diferente. Resulta que acaban de abrir una tienda de ropa de manta, y ayer le estaban haciendo promoción. Y la promoción consistía en un grupo musical que tocaba algo así como jazz-etno (supongo que el género no existe, pero para que me entiendan era un jazzista acompañado de percusiones senegalesas), varios bailarines, un tipo en zancos, es decir que estaba montado todo un performance que había atraído a una gran cantidad de vecinos, curiosos y gente que simplemente iba pasando.

Me quedé ahí un buen rato, y por algunos minutos me olvidé de todo, disfruté este espectáculo y poco a poco me fui reconciliando con los días y las horas.

Luego, ya en casa, en mi cama y dispuesto a cerrar los ojos, pensé en lo futil e inútil de las broncas, que se pueden borrar en un segundo. Hoy amanecí contento y un poco más reconciliado con la especie, y todo por una tontería muy agradable.

Adiós

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