Dos personas de segundo nivel de la clase política mexicana han dado sendos saltos a las primeras filas. Curiosamente conozco (de diferentes maneras y niveles) a ambos y sobre los dos me referiré; éstos son Ana Teresa Aranda, nueva secretaria de Desarrollo Social y Roberto Campa, candidato de Nueva Alianza a la presidencia de la República.
En este momento sólo hablaré de la primera. Aranda es una mujer que conozco más o menos bien, aunque básicamente como espectador; creo que la caracteriza su gran intuición, su lucha constante por colocarse y su ignorancia. A diferencia de lo que se ha manejado en la prensa hasta el cansancio, no creo que sea su filiación a la ultraderecha su característica más preocupante, porque se neutraliza por la falta de conocimientos, ya que no cuenta con los elementos suficientes para imponer visiones de derecha más allá de dogmas simplistas y que me consta no impuso en su administración (un gran número de sus colaboradores eran homosexuales abiertos y ella nunca mostró problemas por ello).
El problema es el peso de la Secretaría de Desarrollo Social. Es una institución gigantesca, importantísima y que mueve más recursos que cualquier otra dependencia en México. En cuanto se dio su nombramiento todos huyeron (Miguel Szekely y Rodolfo Tuirán principalmente) y en sus cuadros no hay gente con la capacidad de sustituirles, simplemente no hay capacidad.
El otro problema es su abierto partidismo, es capaz de desviar recursos a favor de Felipe Calderón sin cargo de conciencia alguno, si consideramos que está en el lugar estratégico para hacerlo entonces las cosas saldrán mal.
Dicen que llegó a la Sedesol en contra de la opinión de la mayoría, pero con el voto decisivo de Marta Sahagún, no lo sé pero sí sé que fue una decisión muy desafortunada.
Adiós
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