Carlos Salinas fue presidente de México entre 1988 y 1994. Llegó al poder en medio de una crisis política de amplias magnitudes, envuelto en el descrédito, pues todo el mundo (o casi) pensaba que el verdadero triunfador de esas elecciones fue Cuauhtémoc Cárdenas. Inició un gobierno marcado por la ilegitimidad. Sin embargo en poco tiempo se fue reposicionando hasta ser uno de los presidentes más populares en la historia reciente del país. A los cien días encarcelo a la Quina que era el líder del sindicato más importante por su peso en el país, el de los petroleros; consiguió estabilizar la economía tan maltratada en los tres sexenios anteriores; hizo que México ingresara a la OCDE (¿lo pueden entender... qué demonios hace México en la OCDE?); negoció un tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá (que a la larga no ha sido más que perjudicial para la economía nuestra, pero entonces que bonito se veía); bajo los impuestos; vendió la mayor parte de las empresas estatales, incluidos los bancos que habían sido nacionalizados en 1982; impulsó al cine mexicano (de hecho el cine mexicano reapareció en su administración).
Pero tanta belleza acabó el 1 de enero de 1994, día en que comenzaba a funcionar el TLCAN. Ese día el entonces desconocido EZLN hizo su aparición, ocupando San Cristóbal de las Casas, Ococingo, las Margaritas y otras poblaciones menores del estado de Chiapas. Ese mismo día el espejismo que había creado Salinas se vino abajo. De pronto la gente se dio cuenta que continuaba en medio de un país tercermundista con profundas diferencias. Después, el asesinato de Luis Donaldo Colosio, en marzo del mismo año, era el candidato del PRI a la presidencia, y fue el crimen político más importante del México postrevolucionario. En noviembre muere también asesinado José Francisco Ruiz Massieu, entonces secretario general del PRI. Curiosamente las sospechas de ambos magnicidios recaían en el mismo presidente, bajo la presunción de que quería perpetuarse en el poder (cosa tabú en México, recuerden que el presidente era todo poderoso excepto en el asunto del tiempo). Al final de su sexenio era ya prácticamente un muerto en vida, estaba acabado. Pero regresó del mundo de los muertos.
Hoy, más de diez años después Salinas sigue siendo el villano favorito, es sospechoso de cualquier cosa que pase, desde el chupacabras, hasta la muerte de su hermano (es decir quién se atreve a matar un Salinas si no otro Salinas). Ahora que el castigo se le ha levantado (la prueba está en la salida de Raúl de la cárcel) regresa con todo.
Seguro sabe que por sí mismo es un factor de desestabilización, y va a aprovechar eso al máximo para hacer quedar a su candidato (que igual es Madrazo o Montiel o Castañeda o Elba Esther o capaz que hasta el doctor Simi) o por lo menos para posicionarse a costa de la candidatura favorecida. La mejor manera de lograrlo es aprovechar el período de confusión por el que atraviesa el país.
Porque si algo define este momento es la confusión. Cada quien hace lo que quiere (ya ni siquiera vale la pena hablar de gabinete Montessori). Por ejemplo, muere el secretario de Seguridad Pública en un accidente que en cualquier momento sería perfectamente normal y posible. Pero no, eso no sucede más en México, inmediatamente se habla de la culpabilidad de Osiel Cárdenas (mejor conocido como el mataamigos), se niega, se desmiente, se vuelve a afirmar, se habla de amenazas de muerte, se vuelven a desmentir, en fin. Confusión, suspicacias, no hay hecho político o jurídico o simplemente de policía que no sea inmediatamente inmerso en las dudas de la suciedad.
Este es el momento que elige el innombrable para reaparecer. Otro actor político que elige sus tiempos a la perfección (timing dicen los tecnócratas) y se nota.
Adiós
27 de septiembre de 2005
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