8 de febrero de 2005

Guerras

El fin de semana pasado fue de cine para mí. Fui el sábado a ver Closer que me encantó: bien contada, con una excelente narrativa, con actuaciones buenísimas, la fotografía genial, etcétera; Sólo un pensamiento de tristeza por Jude Law, que al final se queda sin Natalie Portman y sin Julia Roberts (ups, creo que ya conté el final).

El domingo fui a ver Voces inocentes, de Luis Mandoki, que trata el tema de la guerra en El Salvador desde los ojos de un chavito que está a punto de cumplir 12 años (edad en que el ejército salvadoreño reclutaba a la gente, al mejor estilo de Leva). El tema está bien tratado, aunque la verdad no me parece una película excepcional. Sin embargo me tuvo en reflexiones hasta el día de hoy y quiero compartirlas con ustedes.

En el mundo deben existir alrededor de 200 países. Sí bien no cuento con ningún dato fidedigno, casi puedo asegurar que la mayor parte de ellos se vio involucrado en un conflicto en la segunda mitad del siglo XX. Si hacemos una inferencia estadística podemos concluir que para el mundo la norma es la guerra y no la paz. Osea que la mayor parte de los seis mil millones de habitantes que pueblan la Tierra, la experiencia de violencia es bien conocida. Es probable que exagere un poco (insisto, no tengo más fuente para estas temerarias afirmaciones que mi memoria). Sin embargo, sí estoy seguro que si no es la mayoría, sí es un pocentaje muy importante.

Ahora bien, sí mi afirmación es cierta, entonces en México vivimos condiciones privilegiadas. Piénsenlo bien, ¿conocen a alguien vivo que recuerde un evento armado en este país? Hagamos un repaso:

La revolución mexicana inició en 1910. Si bien podemos encontrar su final cuando Lázaro Cárdenas asume el poder en 1934 (aunque es un dato discutible, depende de su historiador de cabecera), la etapa más cruenta concluyó en el período de Venustiano Carranza. Es decir diez años de violencia extrema que literalmente diezmó la población de este país (murió el diez por ciento). Según yo aquí concluye la experiencia bélica en México.

Le siguió, como un efecto colateral, la guerra cristera, que afectó intensamente la zona del Bajío y Occidente del país, esto en los años treinta. Si bien tuvo un intenso efecto en la historia de nuestro país (para mayor información les recomiendo el excelente libro de Jean Meyer), su incidencia en la vida cotidiana de la población fue prácticamente nula.

México participó en la segunda guerra mundial, sin embargo envió muy pocas tropas, nada relevante.

El 68, y la guerra sucia de los años setenta. Otro episodio trágico en nuestro país, que nos dejó nombres como el de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez. Además estos movimientos perduraron y fueron semilla para dar origen al EZLN, al EPR, al ERPI y todos los membretes en que estas organizaciones se han desarticulado. De nuevo, afectaron a muy pocos mexicanos (yo en lo personal conozco a los Glockner). Nada que ver con Argentina, Chile, Paraguay, etcétera.

Y ya. Ergo, el mexicano promedio es de los pocos afortunados en el mundo que no han probado el sabor de la guerra, con los horrores que ello conlleva (a menos claro que seas mexicano indocumentado en Estados Unidos, pues ahí sí aguas porque vas a acabar en el frente iraquí).

Es una reflexión ociosa, pero de pronto es bueno encontrarle gracia a ser mexicano hoy.

Adiós.

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