Normalmente me dan muchísima flojera las celebraciones de calendario, el 15 de septiembre uno tiene que ser mexicano, el 20 de noviembre revolucionario, el 14 de febrero enamorado y el 10 de mayo hijo o madre. Es decir, yo soy mexicano 365 días al año, lo quiera o no, y soy hijo (que no madre) igual todo el año, y enamorado... bueno, eso es más complicado, dejémoslo pasar.
Pero el punto es que los aniversarios para mi tienen un sentido fundamentalmente de reflexión; de hecho para eso supongo que fueron creados, o por lo menos así creo que se deberian entender en pleno siglo XXI.
Entonces el 15 de septiembre no lo entiendo como una fecha en la que debo de beber tequila (que sí beberé), tronar cohetes, agitar mi banderita y gritar muchas veces que viva México. Más bien trato de entender para qué han servido casi doscientos años de vida independiente (normalmente al acabar mi análisis me deprimo y ahí es cuando entra el tequila) y a donde nos ha llevado; de qué sirve ser mexicano hoy, o qué significa serlo en un mundo como el nuestro.
Lo que no significa que no me emocione un poquito viendo el grito (el 2006 fui invitado al Ayuntamiento a escuchar el grito que dio Alejandro Encinas, en ese año tan conplicado, y todavía se me enchina el cuero de recordarlo), no importa si es el de los libres o el de los espurios, lo que sea que eso signifique.
15 de septiembre de 2008
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